14 de marzo de 2009


Se despertó, encontrándose en un lugar desconocido.
No recordaba que había pasado, había bebido demasiado. Lo último que recordaba era haber ingerido un par de pastillas, solo eso.
Parecía un callejón sin salida. Estaba oscuro y humedecido, había basura y moho por todas partes.
Un gato salió de repente de una caja de cartón, camino silenciosamente hasta ella y paso de largo.
Miró hacia abajo, tenía un tacón roto y el vestido rasgado.
Buscó en su bolso su móvil, pero no tenía cobertura. Decidió incorporarse y averiguar donde estaba.
Eran las siete de la mañana.
Salió del callejón como pudo, cojeando de su pie derecho.
Al salir, la luz le daba de lleno en los ojos, dificultándole aún más la visibilidad.
Había poca gente a esas horas de las mañana. Un joven paseando a su perro, y dos señoras que habían salido a tirar la basura. Había una tercera mujer, sacudiendo el polvo de una alfombra en lo alto de un edificio. Se le quedo mirando con una mueca de incredulidad.

Yasmine sacó un espejo de su bolso y comprobó que tenía el carmín corrido y la sombra de ojos se había extendido por toda su cara. Realmente tenía una pinta horrible, y lamentaba no acordarse de qué había sido lo que la había llevado hasta allí.
No conocía el barrio, no le sonaba nada de aquel lugar.
Logró andar un par de calles más adelante, donde encontró una parada de autobús.
En ella había un cartel que indicaba los horarios junto con los itinerarios de cada día.
Se acercó para comprobar cuando pasaba el siguiente. A las ocho, faltaba una hora.

Se sentó en el asiento de al lado al que contenía un paraguas abandonado.
Rebuscó en su bolso para coger la cartera y cayó en la cuenta de que no tenía nada de dinero, debía de habérselo gastado todo, la noche anterior.
Encontró el envoltorio de un preservativo entre todas las cosas que llevaba dentro. No podía ser verdad aquella idea que estaba pasando por su cabeza. Debía llegar inmediatamente a su casa.

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