20 de marzo de 2009


On the Road

Aparcó su Harley a la entrada del bar, y bajó a comprar unas latas de cerveza.
Al quitarse el caso, ladeó de manera intensa la cabeza, para dejar libre toda su cabellera.
A pesar del calor, llevaba una cazadora de cuero y unos vaqueros negros.
Salió del bar con cuatro latas bien frías de birra, que guardó cuidadosamente en el habitáculo trasero de su moto, justo después de tomarse una de ellas de un solo trago.
Pasó la pierna hacia el otro lado de su Harley, y la arrancó, haciendo rugir su potente motor.
Ya en la carretera el calor era mínimo. La velocidad que acostumbraba a llevar hacía el trayecto más ameno.
Iba zigzagueando entre los coches, para poder adelantarlos. Le encantaba tener el control, y poder dominar la carretera a su antojo. Sentía la rabia de su preciosa moto bajo sus manos, que agarraban los manillares cautelosa e imponentemente.
Enseguida llegó a su destino, “SEA ROAD”, un lugar donde se hacían concentraciones en días especiales como aquel. Era el aniversario de la muerte de un gran amigo, muy querido entre todos ellos.
Francisco era motorista desde que su padre le montó en una moto con apenas cinco años. Le encantaba, lo llevaba en la sangre, y estaba orgulloso de poder formar parte de aquella pequeña familia que todos ellos habían logrado llegar a formar.

14 de marzo de 2009


Se despertó, encontrándose en un lugar desconocido.
No recordaba que había pasado, había bebido demasiado. Lo último que recordaba era haber ingerido un par de pastillas, solo eso.
Parecía un callejón sin salida. Estaba oscuro y humedecido, había basura y moho por todas partes.
Un gato salió de repente de una caja de cartón, camino silenciosamente hasta ella y paso de largo.
Miró hacia abajo, tenía un tacón roto y el vestido rasgado.
Buscó en su bolso su móvil, pero no tenía cobertura. Decidió incorporarse y averiguar donde estaba.
Eran las siete de la mañana.
Salió del callejón como pudo, cojeando de su pie derecho.
Al salir, la luz le daba de lleno en los ojos, dificultándole aún más la visibilidad.
Había poca gente a esas horas de las mañana. Un joven paseando a su perro, y dos señoras que habían salido a tirar la basura. Había una tercera mujer, sacudiendo el polvo de una alfombra en lo alto de un edificio. Se le quedo mirando con una mueca de incredulidad.

Yasmine sacó un espejo de su bolso y comprobó que tenía el carmín corrido y la sombra de ojos se había extendido por toda su cara. Realmente tenía una pinta horrible, y lamentaba no acordarse de qué había sido lo que la había llevado hasta allí.
No conocía el barrio, no le sonaba nada de aquel lugar.
Logró andar un par de calles más adelante, donde encontró una parada de autobús.
En ella había un cartel que indicaba los horarios junto con los itinerarios de cada día.
Se acercó para comprobar cuando pasaba el siguiente. A las ocho, faltaba una hora.

Se sentó en el asiento de al lado al que contenía un paraguas abandonado.
Rebuscó en su bolso para coger la cartera y cayó en la cuenta de que no tenía nada de dinero, debía de habérselo gastado todo, la noche anterior.
Encontró el envoltorio de un preservativo entre todas las cosas que llevaba dentro. No podía ser verdad aquella idea que estaba pasando por su cabeza. Debía llegar inmediatamente a su casa.

3 de marzo de 2009


Susan era una de las chicas más populares de clase.
Era guapa, alta y con el pelo castaño.
Siempre caminaba por el instituto acompañada de su novio Michael.
Llevaban juntos cuatro meses y quedaban cada sábado a la tarde para ir juntos al Pub de moda.
Tenía todo lo que quería y no le faltaba de nada.
Pero Susan no conseguía ser feliz.
Su corazón lloraba cada noche al apagar la luz.
Se estremecía con los estruendosos gritos que le proclamaba, pidiendo una atención y un cariño que Susan no sabía cómo darle.
A pesar de todos sus esfuerzos por intentar contentarle, Susan no conseguía que su llanto cesase.
Cada noche, cada madrugada, el corazón de Susan se iba debilitando más.
Ya casi no le quedaban lágrimas por derramar.
Estaba vacío y frío. Apenas le quedaban unos días de vida.
Ella lo contemplaba apenada.
‘¿Qué puedo hacer yo por ti?’- se preguntaba una vez tras otra.
Una mañana, la encontraron muerta en su habitación con una carta entre las manos.
‘Hice todo lo que tuve en mis manos. Intenté encontrar alguna medicina que lo curara pero me fue imposible. Después entendí, que sólo las personas que nos rodean son capaces de curar una enfermedad tan grave como ésta.
Por favor, entreguen este mensaje a todos aquellos enfermos que cómo yo, sufran los sollozos de su corazón.’