29 de septiembre de 2009

Capítulo 7 – La boda

Abrió los ojos muy poco a poco, no podía creer que fuera a casarse.
Eran las ocho y cuarto y la peluquera estaba a punto de llegar. Para Silvia, toda boda que se precie debe tener su propio servicio a domicilio. Ir hasta la peluquería del barrio para que una mujer entrada en años le arregle el pelo y su ayudanta joven e inexperta le maquille, jamás se le hubiera ocurrido.
Se comió una tostada con mermelada de fresa y tomó un zumo de naranja recién exprimido, que su propia madre había preparado. María José, que así se llamaba la madre de la futura mujer de Don Portelinni, estaba aún más nerviosa que la propia hija. Jugueteaba con una pelota de color rojo que su hija le había proporcionado para que se tranquilizara y dejara de ponerla más nerviosa a ella también.



Cuando ya se hubo colocado la lencería íntima de un blanco pulcro, se colocó con sumo cuidado un lazo de seda azul (préstamo de su madre).
Como estaba previsto, un cuarto de hora más tarde llegó la peluquera. Que resultó ser peluquero.
Saltaba a simple vista que había estado en bastantes bodas de ese valor económico, ya que traía con el un arsenal de productos de belleza dentro de cuatro maletines de piel de cocodrilo, que eran sostenidos por cuatro ayudantas jovencitas, muy monas todas ellas, ataviadas con unas faldas rojas y unos suéteres color beige.

1 comentario:

PinKbutTerflY dijo...

O que linda imágen de día de boda. Salvo por la mdre con la pelotita para los nervios jaja!

un abrazO.